Un viaje en barco a las islas Blasket
«Es una de las masas de agua más peligrosas de Europa», afirma nuestro capitán, Billy. «Las corrientes pueden ser bastante fuertes, ya que el agua entra en tromba como un río». Navegamos por Blasket Sound a bordo de la lancha motora Stormforce 11 RIB «Peig Sayers» como parte del recorrido de la Experiencia Great Blasket Island.
Ante nosotros se encuentra la isla Great Blasket, una masa oscurecida por las nubes de la que el escritor Seán Ó Faoláin dijo en su día que parece «holgazanear como una ballena en el mar oscurecido». Su ladera empinada está repleta de casitas destartaladas; un lugar anclado en el pasado.
En este viaje no ha hecho buen tiempo. Durante más de una hora, las agitadas olas del Atlántico han azotado el barco, provocando mareos en algunos de los pasajeros. Hemos pasado por fuertes antiguos, acantilados escarpados y formaciones rocosas majestuosas a lo largo de la costa de la península de Dingle, pero las laderas verdes cuentan su propia historia.
«Sentaos cuando lleguéis a tierra firme», dice amablemente Billy mientras ayuda a quienes no se sienten bien a subir a un bote de goma para recorrer el último tramo hasta la isla. «Es lo único que podéis hacer… el mareo pasará».
Isla Great Blasket © Tourism Ireland
Durante siglos, la isla Great Blasket fue el hogar de una comunidad de personas para quienes cruzar estas aguas era una forma de vida. Se cree que las islas se habitaron por primera vez en el siglo XVII, pero en 1954 la población había descendido de un máximo de 176 habitantes en 1916 a solo 22, y estos estaban dispuestos a irse para empezar una nueva vida en tierra firme.
«La única opción era marcharse», explicó el isleño Gearóid Cheaist Ó Catháin a The Irish Times en 2014. El aislamiento de los habitantes de Great Blasket se puso a prueba con la muerte de un joven por meningitis; debido al mal tiempo, no tuvo acceso a atención médica ni se pudo conseguir un ataúd. «Los isleños se asustaron. Se hacían mayores y el aislamiento empezaba a pesar en muchos de ellos».
Bote de goma en dirección a la isla Great Blasket
Billy ayuda a los visitantes a acceder a la isla
Al cruzar en el bote bajo un cielo de color ceniza, es fácil apreciar un poco la imprevisibilidad de la vida aquí, donde los veranos deben haber sido magníficos y los inviernos oscuros y brutales. El simple hecho de desembarcar en el pequeño puerto de la isla es toda una aventura. Después, hay que subir una cuesta empinada con rocas escarpadas y resbaladizas, seguida de una pronunciada pendiente cubierta de hierba que hace que incluso quienes están más en forma del grupo se detengan para recuperar el aliento.
Muelle de la isla Great Blasket
En pleno océano se alza un archipiélago de islas de color verde brumoso: Inis na Bró, An Tiaracht e Inis Tuaisceart. A izquierda y derecha vemos una aldea abandonada de casitas destartaladas que el paisaje parece destruir lentamente. Espero atrás mientras el grupo llega a la cima. De repente, hay un silencio inquietante, de no ser por los gemidos tristes de la colonia de focas grises de la isla.
Es difícil imaginar la isla Gran Blasket como un hervidero de actividad, pero en su apogeo había 30 casas en la ladera de esta colina, así como ganado, ovejas, burros y aves de corral. El humo salía de las chimeneas de las casitas, los aldeanos trabajaban duro y se escuchaban voces de niños.
Hoy en día es un mundo diferente.
Aldea abandonada en la isla Great Blasket
Casita restaurada de Tomás Ó Criomhthain
Normalmente, una visita a las Blasket empezaría con un recorrido y una charla de un guía de la OPW, pero todo depende del tiempo que haga, y hoy las duras condiciones del mar han limitado la cantidad de barcos que cruzan. Después de pasar un rato explorando las casitas, decido realizar la ruta a pie de 90 minutos por las escarpadas colinas de la isla.
Colinas de la isla Great Blasket
El sendero cubierto de hierba se aleja de la aldea en dirección a los acantilados y, mientras lo recorro, un grupo de moscas extrañas danzan alrededor de mi cabeza. Tengo las botas llenas de agua embarrada por varios tropiezos, no sopla el viento y el aire cálido se vuelve espeso por los mosquitos.
Me encanta la belleza del lugar, con colinas repletas de brezo que descienden hasta un mar adverso y salpicado de islas de un verde neblinoso.
Durante los 90 minutos de caminata no me cruzo con nadie.
Vistas desde la isla Great Blasket
Se ha escrito mucho sobre la belleza de las Blasket, pero aunque la isla es grande, su parte habitable parece bastante pequeña. En su lugar, la mayor parte de la Great Blasket está formada por acantilados, colinas y pantanos. Vivir en este entorno era complicado y no era raro que los isleños muriesen a consecuencia de una caída. El hijo de Peig Sayer, una de los escritores más famosos de las Blasket, murió mientras arrancaba brezo en una de las laderas en 1920.
Al rodear el extremo sur, se vislumbra la aldea y el blanco de la casita restaurada del escritor Tomás Ó Criomhthain contrasta de forma sorprendente con el verde casi de otro mundo de la hierba. Es una belleza extravagante y espectacular. Tengo tiempo suficiente para ir adonde los acantilados ofrecen vistas de las arenas pálidas de la playa y sentarme allí mientras almuerzo viendo las focas.
Visitantes relajándose en la isla
Chris, de la Experiencia Great Blasket Island
De vuelta en el barco, Billy está ansioso por enseñarnos la vida silvestre de la zona. Con el motor apagado, nos mecemos cerca de la orilla mientras las focas asoman la cabeza como si estuviesen inmersas en un juego interminable de «aplasta al topo».
La colonia de focas grises es la más grande de Irlanda, pero estas criaturas juguetonas se mudaron aquí hace poco, cuando los humanos se marcharon. En el pasado, habrían sido cazadas por los isleños, que solían asar su carne y utilizar sus pieles y aceite.
Foca en las islas Blasket
Billy espera que avistemos más vida silvestre, pero no quiere crear falsas expectativas y dice que no hay muchas probabilidades. Aun así, ponemos rumbo a gran velocidad hacia lo que parece el horizonte. «Buscamos un lugar con peces donde se alimentan las gaviotas», explica Billy, mientras examina el agua rocosa con los ojos entrecerrados y prestando mucha atención.
Parece que estamos suspendidos entre momentos de quietud y carreras precipitadas en busca de algo imperceptible. Sorprendentemente, de golpe estamos rodeados por un frenesí de delfines comunes, mientras Billy nos explica emocionado cómo rodean a los peces y los juntan cada vez más antes de hacer turnos para alimentarse.
Manada de delfines
Aleta dorsal de un delfín irrumpiendo en la superficie
Mientras disfrutamos de la actividad de los delfines, una enorme y elegante joroba de color basalto irrumpe en la superficie del agua y con ella llega un hedor casi abrumador a pescado podrido, una ballena minke. «Por eso se las llama “apestosas”. ¿Podéis olerla?», pregunta Billy riendo. Se trata de un espectáculo emocionante y todos nos quedamos embelesados y boquiabiertos cada vez que vemos la ballena.
Alcatraz en pleno vuelo
Las aves marinas sobrevuelan el cielo y Billy señala pardelas pichonetas, paíños europeos y alcatraces, que se lanzan en picado al agua que nos rodea. Espera que aparezca una ballena jorobada, pero todos estamos tan entusiasmados con la vida silvestre que no nos importa si no lo hace. «Guau, chicos, mirad eso», grita Billy de repente.
«Es un págalo grande, es tan raro que su avistamiento es mucho mejor que el de la ballena minke». Vemos como el págalo grande, a menudo descrito como el pirata del mar, acosa a un ave más pequeña para conseguir que tire o regurgite su comida, y luego recogerla.
Arco marino, península de Dingle
Acantilados cerca de Dingle
A nadie le importa cuando, al cabo de aproximadamente una hora, Billy sugiere que volvamos al pueblo. Sabemos que ha sido un buen día. Una calma satisfactoria se apodera del barco mientras nos dirigimos a Dingle bajo el cielo de un azul real, parando para pasar un momento bajo los increíbles acantilados y los escarpados arcos marinos en la costa de la península.
Bahía de Dingle
Al desembarcar en Dingle, todos estamos agotados, pero absolutamente encantados. Parece que hemos pasado el día en otro planeta, y necesitamos tiempo para adaptarnos a este animado pueblo. Pero pocas horas después, ya planeo mi regreso sentada junto al calor de la chimenea crepitante de Foxy John’s.
Las Blasket siguen llamando.